Veo Veo #6 «Un encuentro»: Entre Malucos y Galeras

Acabábamos de bajar de un camión en Posadas (Misiones), luego de haber cambiado drásticamente el rumbo de nuestro viaje. Hacía 4 días estábamos en Bolivia, cerca de la frontera con Perú y dirigiéndonos hacia el norte, pero el destino (y varios camiones de por medio) hicieron que finalmente llegáramos a Posadas, en un tiempo récord.

El camión nos dejó en las afueras de la ciudad, y después de dar unas vueltas decidimos tomar un colectivo hasta el centro. Nos dirigimos a la plaza, cosa que veníamos haciendo inconscientemente cada vez que llegábamos a un nuevo lugar, ahí buscábamos a algún mochilero o en general artesanos que estuvieran con su paño vendiendo, y le preguntábamos dónde podíamos quedarnos. Eso hicimos ese día, vimos a unos chicos vendiendo y comenzamos a acercarnos a ellos; estaríamos a menos de 2 metros, cuando yo miro hacia el costado y veo a un flaco metiendo algo en su mochila, lo agarro a Ezequiel del brazo, y señalándolo le digo: «mirá, mejor preguntémosle a él». Creo que ese segundo pudo haber sido crucial para delimitar el curso de todo lo que sucedió los días que siguieron, a partir de ese momento. Ese chico se llamaba «Gody», y ante nuestra consulta, nos dio su cuaderno donde tenía indicaciones de pensiones y hostels de la ciudad, copié los datos sin entender demasiado lo que escribía, mientras nos contó que él iba a pasar la noche acampando, con unos amigos, a un pueblo cercano, y nos pidió si podíamos esperarlo 2o minutos, y cuidarle la mochila mientras tanto. En ese momento no lo noté, pero luego me di cuenta que nos había dejado todas sus pertenencias, siendo que eramos unos completos desconocidos.

Yo me fui en busca de unos mapas (ya que como habíamos cambiado el rumbo, no teníamos ninguno de esas rutas), y cuando volví, estábamos invitados a acampar con el Gody y sus compañeros, que lo estaban esperando en «Candelaria». Al pasar, un chico que pintaba sobre azulejos, hizo una de sus obras de arte en ese mismo momento y se la regaló a Ezequiel. Estaba anocheciendo, todo pasó muy rápido y en menos de media hora estábamos tomando un colectivo hacia un pueblo e íbamos a acampar al medio de un bosque con gente a la que ni siquiera le habíamos visto la cara aún. Sin embargo nunca me preocupé, ni nada de lo sucedido me llamó la atención, todo parecía fluir como si fuera lo más normal del mundo.

Llegamos a Candelaria, allí encontramos a el Pana y a Santi, que estaban haciendo malabares en un semáforo. Nos quedamos ahí, charlando, bajo el techo de lo que parecía un puesto donde durante el día se vendían verduras. Cada uno relató su historia (o alguna historia que quizo contar), hablamos largo rato, no se de que hablamos, ni por cuanto tiempo…vino una chica, y nos contó que viajaba a dedo con una amiga y su hijo de 4 años, la invitamos a acampar con nosotros, dijo que la persona que las había llevado hasta allí ya les había ofrecido lugar para quedarse. Seguimos ahí, otro largo rato, sin esperar nada, sin ir a ningún lugar, hasta que como si de repente alguien nos hubiera dado alguna señal, todos agarramos nuestras cosas, llenamos las botellas que conseguimos con agua, y comenzamos a caminar, cruzamos el pueblo, y la ruta se hizo desierta, continuamos caminando hasta intentar no ver las luces de la ciudad. Yo no dejaba de mirar para arriba, estaba obsesionada con ver las estrellas y la inmensidad del cielo sin que ninguna luz me interrumpiera. Siempre que me encuentro en el medio de algún campo, hago eso, porque cuando estoy en la ciudad añoro muchísimo ver las estrellas en todo su esplendor y poder «hacerme insignificante» ante tal inmensidad.

Durante todo el tiempo que caminamos por aquella ruta, no pasó ni un auto. Descansamos un rato tirados en el medio del camino, y luego nos metimos en un bosquecito de pinos. Una vez que encontramos el lugar apropiado, dejamos caer las cosas, Eze juntó leña  y prendió el fuego. Los chicos estaban entusiasmados con comer unos «cucumelos» que habían encontrado ese día, a mi no me llamaba mucho la atención, pero acepté probarlos igual. Luego de armar la carpa, me uní al grupo, me tiré en el pasto, acosté mi cabeza en las piernas de Ezequiel, que estaba sentado a mi lado, y miré nuevamente hacia arriba, entre las copas de los árboles podía verse el reflejo de la luna…y en ese momento sentí la magia… alrededor de un fogón, hablábamos sobre viajar, sobre energías, sobre todo y sobre nada…No sabía con quienes estaba hablando, nos reíamos, me reía…si intentaba mirar a quién le dirigía la palabra, sólo podía ver porciones de rostros desconocidos, que cada tanto eran alumbrados por la llama del fuego. ¡Estaba en Misiones, no podía creerlo!, eso no estaba en los planes, pero era algo que anhelaba con todo mi corazón, sin saber muy bien porqué. El camino desde Salta hasta acá había sido un gran salto, y una vuelta de página en este viaje (de hecho justamente ese día se me terminó la libreta en la que venía escribiendo, marcando definitivamente un nuevo rumbo).

Seguimos hablando, y los chicos me contaron lo que eran «los malucos («locos» en portugués), y las «galeras». En Brasil se le dice maluco al viajero que en general va vendiendo artesanías para sustentarse día a día, y galera es el grupo de gente con la que uno se va encontrando y va siguiendo viaje; en Misiones también se los llama así…Y de repente me sentí en una realidad paralela, miré para atrás, y me di cuenta que hacía poco más de un mes había estado constantemente encontrándome con viajeros y que en todos los casos, sin haberme dado cuenta, habíamos hablado como si nos conociéramos desde siempre, había confianza, y alegría al vernos, como cuando uno se reencuentra con un amigo, era un sentimiento de «hermandad» que se daba instantáneamente. Me reí…mientras miraba la luz de la luna que seguía reflejándose en los árboles, me seguí riendo, me sentí feliz, ancha…libre…Me sentí como si naciera de nuevo…como si naciera en un nuevo mundo, donde la gente era más parecida a mi, y moría en aquel mundo en el que casi siempre me había sentido el «bicho raro»…me reía de mi…me reía por estar ahí, y por sentir así…¡SENTÍ!…Las voces alrededor mío seguían susurrando cosas, hablé sobre la creencia que tengo acerca de las almas, de que en verdad son una sola, y que todos somos parte de esa misma esencia, y no hubo dudas de que así fuera, nadie la objetó, sabíamos que todos eramos parte de ese «algo», por eso no nos extrañaba encontrarnos y hablar como si ya nos conociéramos…Hay gente que conozco de toda mi vida, y con la cual nunca tuve una charla tan intensa como la de aquella noche con esos «extraños», no necesitábamos conocernos, ni recordar nuestros nombre, no necesitábamos saber de donde veníamos, ni «qué hacíamos de nuestras vidas», no importaba nada de lo que hubiéramos sido ni de lo que seremos…sólo importaba ese momento de conexión…Y yo no podía evitar seguir riéndome por fuera y por dentro…

Foto tomada a la mañana siguiente desde mi carpa...
Foto tomada a la mañana siguiente desde mi carpa…

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*¿Qué es Veo Veo? Es, ante todo, un juego, una excusa para conocer lugares de la mano de otros viajeros, contarnos historias, viajar aunque no tengamos la oportunidad de hacerlo, encontrarnos. Se realiza una vez al mes y las temáticas se eligen en el grupo Veo veo en Facebook, y por medio del hashtag #VeoVeo en Twitter y otras redes sociales. ¿Querés jugar? ¡Veo veo! ¿Qué ves?

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8 Respuestas a “Veo Veo #6 «Un encuentro»: Entre Malucos y Galeras

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  4. Amneriiiis, ¿te llegó mi comentario? ¿Está pendiente de moderación? Avisame si no hay nada y te vuelvo a comentarrrr (ando teniendo problemas con los comentarios)

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